PALABRAS PARA UN REVOLUCIONARIO: DR. HORACIO ZAMBONI
Cuando falleció el Dr. Horacio Zamboni, camaradas de militancia, colegas, periodistas, gremialistas, amigos, se expresaron con distintos escritos, que recuperamos y publicamos en el libro “Horacio Zamboni. Teoría y Práctica de un Revolucionario”, que publicó el SOEAR. Este 22 de agosto, ante un nuevo aniversario de su fallecimiento en 2012, hemos seleccionado algunos conceptos de los mencionados mensajes, como una forma de recordardarlo y homenajearlo.
Por Leonidas Noni Ceruti. Foto de portada: Celina Mutti Lovera
El periodista Álvaro Torriglia, del diario La Capital, comentó que “Horacio Zamboni fue uno de los más prestigiosos abogados laboralistas del país. Pero fue sobre todo un militante del movimiento obrero. Representante legal del Sindicato de Obreros y Empleados Petroleros Unidos (SOEPU) entre 1968 y 1974, cuando fue preso y puesto a disposición del Poder Ejecutivo, para tiempo más tarde marchar al exilio, protagonizó el proceso de construcción de la Intersindical obrera del cordón industrial. Una historia “silenciada”, se quejaba el mismo Zamboni, por el recuerdo “incómodo” de la autonomía que los trabajadores expresaban en la toma de decisiones a través de las asambleas, “forma por excelencia de la democracia directa que se rescataba como ideal político”.
A la vuelta de su exilio en Perú, donde hoy se recuerda su colaboración en el bloque de Izquierda Unida y sus trabajos en la revista Actualidad Económica, fue también representante del SOEPU, hasta el fin de la huelga de un mes en PASA en 1989, aplastada como un anticipo de lo que sería la avanzada anti laboral de la década menemista. Muchos años después, y en otro contexto político y económico, la muerte lo alcanzó en ejercicio como asesor legal del Sindicato de Obreros y Empleados Aceiteros de Rosario (SOEAR) y de la Federación Aceitera.
(…) Seguro no fue nada fácil, para los dirigentes gremiales que compartían su lucha, seguir a este abogado militante que buscaba siempre ir por más y que creía en las decisiones tomadas por los obreros en asambleas. Un abogado para quien el derecho laboral no era el punto de llegada para planchar disputas sino una plataforma de consolidación de programas surgidos de una construcción sindical democrática y combativa.
Por eso sus escritos eran obras de política, economía y derecho. El intercambio más activo con este diario comenzó en los primeros 90, cuando el boom de los primeros años de la convertibilidad cautivaba a la opinión pública y la clase política, ocultando la masacre laboral que se maceraba debajo del ancla inflacionaria y el dólar barato. Lo inquietaba, en aquel momento, explicar un paquete de reformas laborales que se discutía en el Congreso, a través de la cual los representantes de la burocracia sindical preservaban la centralización de la negociación colectiva, al mismo tiempo que abrían el camino para habilitar su discusión a la baja.
En los argumentos, abundantes en citas keynesianas y más allá, desplegaba una erudición profundamente operativa, que, sin grasa y fuegos de artificio, descubría como finalidad el proceso de conocimiento. La obsesión por entender, por encontrar líneas de interpretación aun conociendo la incertidumbre propia de los conflictos y los procesos históricos en general. “Todavía no logro ver cómo sigue esto”, solía quejarse al cabo de una enorme explicación cruzada de citas bibliográficas, artículos noticiosos, recuerdos personales y análisis teóricos, impactante para cualquiera, insuficiente para una mente que buscaba la pieza suelta del rompecabezas como si el destino del mundo dependiera de ella.
Hace un par de años, durante una jornada de historia del movimiento obrero regional realizada en Humanidades, cautivó al auditorio con una explicación de la crisis mundial que lo llevó desde la reivindicación de las asambleas como núcleo de la democracia obrera hasta la contribución del Partido Comunista chino a la baja internacional de salarios. Una mirada, dentro de un panorama general, del lado oscuro del boom de las potencias emergentes, que hace unas semanas vivieron dramáticamente los obreros sudafricanos.
Ya en tiempos en que mejoraron las condiciones de reparación de derechos laborales, su militancia a favor de defender el cálculo del salario, mínimo vital y móvil de acuerdo a todos los términos establecidos constitucionalmente, encontró en el sindicato de aceiteros de Rosario un vehículo de consolidación. Hoy, ese mínimo salarial es el piso de demanda de la actividad que disputa ingresos con los grupos empresarios más rentables del país, y es la base de negociación para todo el cordón agroexportador.
Sus compañeros del SOEAR lo despidieron, destacando: “Nos dejó nuestro maestro político, gremial y espiritual, el que nos marcó un camino que no tiene retorno, guiándonos en las asambleas y en las estrategias para lograr una conciencia de clase que tiene como resultado un salario que dignifica a los obreros. Nuestro homenaje será transmitir el mensaje al conjunto de la clase”.
Los/as abogados/as Alexis Barraza, Eugenio Biafore, Luciana Censi, Matías Cremonte, Miguel Fiad y María Martha Terragno, impactados por la muerte del colega, se manifestaron así: “Finalmente se murió el viejo Zamboni. Cuesta decirlo, no es fácil mentar la muerte. Pero poner las sensaciones en palabras ayuda a mitigar el dolor.
Se murió un amigo, y el maestro.
La vida es linda, vale la pena, pero a veces, como ahora, es injusta.
“Si se van a dedicar a esto -nos decía el viejo-, tienen que estar preparados para todo”.
Estamos preparados para su ausencia, no dejamos de hablar de eso en estos días en que nos fuimos convocando en Rosario a acompañarlo hasta el último momento de su vida. Pero eso no hace más llevadera la terrible certeza de que ya no está. Y se lo extraña.
“La vida va a ser un poco más aburrida ahora”, dijo certeramente María Laura, una de sus hijas, entre abrazos y lágrimas en el cementerio.
Por eso el primero que se extraña es el “amigo viejo”, el que ya pasó por tantas, que aconseja con ese don de la palabra justa. Desde cómo hacer un buen mate o el fuego para el asado, hasta las cosas más profundas. A veces no había palabras para decir, y el viejo estaba ahí igual, para tomar la penúltima copa en silencio, acompañando.
Se extraña el abogado, el Dr. Zamboni, “padre”, agregaría en los últimos años, reconociendo la existencia de Carloncho como una realidad ya entre los abogados, aprendiendo de él en las paritarias y en los conflictos.
El viejo era anticapitalista, como tantos, afortunadamente. Pero conocía el derecho “burgués” como pocos, y lo explicaba como el mejor jurista: deja la enseñanza del estudio permanente del Derecho, de su Historia, de cada instituto, su razón de ser, y hasta de cada ley que lo abordó. Con absoluta humildad, pero implacable “si hablas al pedo”, el viejo te explicaba con paciencia y si no lo sabía lo estudiaba con vos. Sin ser esencialmente Profesor de Derecho, fue el mejor que tuvimos.
Y se extraña al Zamboni político, el revolucionario incansable. No sabemos cuánta gente leyó y estudió realmente El Capital, pero el viejo lo conocía de punta a punta, sin caer nunca en dogmatismos absurdos.
Analizaba la realidad con tanta claridad que tenerlo a mano ante cada cosa que pasaba hacía mucho más fácil entenderla”.
El amigo y camarada Juan Dowling, que milito gremial y políticamente con Zamboni, que estuvo toda su vida junto a él, comento su relación y lo manifestó con estas palabras: “Apareció Horacio en nuestras vidas de operarios industriales cuando en 1966 un grupo de trabajadores petroquímicos decidimos crear una lista para disputar las elecciones del sindicato, el SOEPU. A pesar de la rigurosa selección que PASA hizo para evitar infiltraciones clasistas en las actividades sindicales, habían organizado la vida gremial de forma de aislar estos trabajadores del resto del sindicalismo nacional. Para lo cual crearon un sindicato amarillo. Mientras tanto en la segunda elección se comienza a vislumbrar posibilidades de transformación. Además de algunos trabajadores con experiencia político – sindical anterior, especialmente en mantenimiento, se les escaparon -el filtro no funcionó el 100 %- algunos jóvenes trabajadores de producción, entre los cuales el flaco Moglia y yo, vinculados a la Federación Juvenil Comunista (FJC), Tito Sagripanti, entre otros. Esta fue la puerta de entrada de Horacio al mundo sindical.
En pleno Estado de Sitio del gobierno militar, con restricciones hasta para andar más de dos personas en la calle, el 1° de mayo de 1967, tuvimos la primera reunión clandestina entre el grupo que constituyó la lista Verde, luego ganadora de la elección, y Horacio.
El flaco Moglia y yo, entre otros trabajadores, ya habíamos tenido contacto con Horacio anteriormente. Al tiempo que trabajadores clasistas ganábamos un sindicato, los más politizados constituimos una célula de trabajo para la zona industrial de San Lorenzo, que además de trabajadores reunía militantes de origen intelectual, entre los cuales estaba Horacio. Esta confluencia, dio un pie en el movimiento sindical, estábamos en el SOEPU, sumado a las relaciones políticas vía el Partido Comunista de Argentina con el resto de la zona, lo que posibilitó en algunos años, crear la Intersindical de Gremios de la Zona Industrial de San Lorenzo, organismo de lucha defensiva que cohibió a las empresas de despidos por militancia sindical en muchos años. Al mismo tiempo en que Horacio pasa a ser abogado de otros sindicatos, como Ceramistas, Aceiteros y Duperial.
Desde esos días hasta su detención fuimos privilegiados, con un Horacio no sólo abogado, sino también un militante político revolucionario, con sus análisis de coyuntura profundos, sobre el mundo, el país, las luchas emprendidas por mejores condiciones de vida y de trabajo -luchas éstas que como buenos marxistas leninistas, que pretendíamos ser en la época, llamábamos económica- donde siempre el amplio conocimiento de él sobre el funcionamiento del capitalismo, las luchas inter sectoriales, los conflictos políticos a nivel de los gobiernos -nacional, provincial, etc.- terminaba siendo el elemento decisivo para el triunfo.
La opción de ser asesor gremial era la forma de Horacio de aproximarse al mundo proletario.
En todos esos años 1968/74, esa confluencia de revolucionarios, militantes clasistas, y el conjunto de los trabajadores, posibilitó vivir una experiencia única de un devenir de luchas, cada vez más osadas, entre las cuales la Asamblea Obrero Popular y la Autogestión de PASA, terminaron colocándonos en la mira de los militares la zona industrial. El temor era tanto, que frente a la Asamblea Obrero Popular (AOP), la Dictadura implementó el Operativo “Mónica”, primer plan antisubversivo, hasta que, en 1974, todavía con el gobierno de Isabel, detienen a Horacio y lo colocan a disposición de Poder Ejecutivo, forzando su exilio en Perú.
Estábamos, con Horacio, en el Socialismo Revolucionario (SR), un grupo que se separa del Comité de Recuperación Revolucionaria, organismo surgido de una ruptura dentro del PCA que intentaba construir un partido más a la izquierda, influenciado por el maoísmo, que terminó siendo el Partido Comunista Revolucionario.
En el SR descubrimos la revolución socialista, la dictadura del proletariado, los soviets. El SR termina decidiendo ser un partido marxista-leninista. En la época llegaban de Bolivia los vientos de la democracia directa, donde el general Juan José Torres, entre octubre de 1970 a agosto de 1971, establecieron una Asamblea Obrero Popular (AOP). Discutimos en el SR, luego con el círculo de trabajadores e impulsamos la propuesta de la AOP. Asustó a todo el mundo, la represión detuvo a militantes obreros y universitarios. Los organizadores, que no esperaban una reacción tan virulenta, se vieron forzados a convocar, vía Intersindical, a una paralización de la zona Industrial de San Lorenzo.
Después de esto, Horacio, entre otros compañeros intelectuales, abogados, médicos, etc., más los militantes obreros vinculados al SR, entre los que me encontraba, terminamos no concordando con la formación de un partido de profesionales revolucionarios al estilo leninista que el SR quería ser. Así, el SR perdió casi todos los militantes de origen operario, mientras que el resto terminamos agrupándonos en un colectivo político constituido en su mayor parte por trabajadores de la zona industrial, con algunos intelectuales, entre los cuales estaba Horacio, y fue un grupo de comunistas que difundimos nuestras ideas.
(…) En los últimos años, Horacio, estaba empeñado por convocar a los trabajadores a luchar por el Salario Mínimo Vital y Móvil. Sus ideas a ese respecto eran claras y directas. Buscó en el pasado fundamentos teóricos y prácticos para sustentar sus observaciones. Las discusiones al interior de la Internacional, sobre las supuestas limitaciones históricas de las luchas de los trabajadores para mantener o aumentar el salario son levantadas por algunos miembros de esa organización. Marx los cuestiona, y llegan hasta nosotros esos razonamientos brillantes, plasmados en “Salario, Precio y Ganancia”, texto teórico de referencia utilizado por Horacio en sus reflexiones más recientes.
Desde que lo conocí hasta su muerte nunca dejé de compartir mi vida con Horacio. Siempre que viajaba a Argentina nos encontrábamos, y siempre hablábamos del libro que escribiría un día, y que por un motivo u otro nunca se concretizaba. Él se nos fue, he aquí el libro que nos dejó. Gracias Horacio por haber existido”.
De mi parte, en el libro que recopile los ensayos sobre economía, política, historia, discursos, reportajes, etc, de Horacio, escribí esta semblanza: “En la vida, hay personas que marcan a otros hombres, que son maestros para algunos, que señalan rumbos para muchos, que privilegian lo colectivo a su devenir personal, que dejan discípulos, que se destacan por su personalidad, que sobresalen por ser frontales en el debate de las ideas, que durante su historia mantienen la firmeza en sus posturas ideológicas y políticas. El Dr. HORACIO ZAMBONI, reunió esas cualidades.
Fue, ante todo, un revolucionario. Sus posiciones políticas fueron claramente anti sistema, contra la sociedad capitalista, y por la emancipación de la clase obrera. Se definía como marxista y socialista.
Fue mucho más que un abogado laboralista, fue un militante político y social. Su lucha estuvo ligada a la defensa de los intereses de los trabajadores. Fijo posición ante cada huelga.
Planteó la polémica sin guardarse nada. Publicó distintos artículos de opinión y ensayos sobre economía, política e historia.
Fueron muchos los cursos, seminarios y charlas que dio para la formación y capacitación de los trabajadores, como también a militantes con posturas anti sistema. Se prestó a los más variados reportajes
Siempre impactante, con un discurso atrapante e ingenioso, siempre con nuevos aportes, siempre polémico, siempre frontal, siempre defendiendo los derechos e intereses de los explotados.
Desde los trabajadores que empezaban a organizarse, pasando por las agrupaciones obreras de base hasta las conducciones de muchos sindicatos, fueron a su encuentro, a consultarlo, pedir su opinión, orientación. También lo hicieron los estudiantes universitarios.

Decía y enseñó que los que deben deliberar, decidir y ejecutar son los obreros. Por eso, no sólo luchó contra los patrones y el capital, sino contra todos aquellos que buscaron y buscan sustituir en la lucha a los trabajadores.
Su enfrentamiento y cuestionamiento a la burocracia sindical, fue uno de los ejes de su militancia.
Sus posiciones anti sistema y por la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, hicieron que fuera reprimido, se ganó enemigos, y los enfrentaba con la convicción de lo que fue: UN REVOLUCIONARIO.
Por todo eso lo encarcelaron, por eso la “Triple A” lo condenó a muerte.
Pero en el exilio continúo peleando, y después cuando regreso volvió a estar a luchar con los petroquímicos del SOEPU, y finalmente junto al SOEAR y a la FEDERACION ACEITERA Y DESMONTADORA, asiendo eje en la pelea por el SMVYM, con herramientas como la Huelga, las asambleas, la solidaridad y la formación”.
El historiador Gustavo Guevara, titulo su nota ¡UN REVOLUCIONARIO HA MUERTO! ¡VIVA LA REVOLUCIÓN!, expresando “La nota del Noni; el artículo de Álvaro; la carta de Luciana, Matías y demás abogados laboralistas; al igual que las palabras de los militantes sindicales y el cerrado y sostenido aplauso -como un puño izquierdo en alto- en la fría tarde del jueves pasado en el cementerio: ayudan. Ayudan a despedir a un abogado, maestro y revolucionario, tres dimensiones que en Horacio fueron inescindibles. Se ha subrayado, y con razón, su actuación en el SOEPU y en aceiteros, su persecución por la Triple A y su exilio en Perú, su profundo conocimiento de El Capital y de las crisis del capitalismo, su compromiso con la potencialidad transformadora del proletariado y su lealtad con la asamblea obrera como ámbito privilegiado de la democracia sustantiva. Seguro que ese inventario esencial se podría ensanchar con el rescate de numerosos gestos e intervenciones tan característicos de: su gusto por la polémica sin concesiones, su temperamento intransigente hasta lo irascible o su siempre disposición solidaria a la hora de la lucha; pero no se trata aquí de eso.
Me parece importante en un espacio como este, rescatar el compromiso de Horacio con la Universidad Pública, a la que no podía concebir en otros términos que los que brinda una lectura radical del Manifiesto liminar de 1918. Podía citar de memoria párrafos enteros de aquel documento, pasajes convocados para trazar un diagnóstico sobre un régimen universitario que con lleva “a mediocratizar la enseñanza” y a partir de lo cual emerge la necesidad del “aliento de la periodicidad revolucionaria”, que no podía suministrar otro que un movimiento estudiantil de idéntico signo. (…)
Para concluir estas líneas, que es una manera también de despedirme de Horacio, no se me ocurre hacerlo de otra forma que no sea parafraseando a quien tanto admiró y respetó, al punto de no haber repetido jamás de manera dogmática lo mucho que de él había aprendido”.
Y nosotros exclamamos: ¡Un revolucionario ha muerto! ¡Viva la Revolución!”

